Con tan solo mirarme
escribiste el placer en mi cuerpo.
Cada centímetro de mi piel
esperaba el paseo de tus dedos,
suave e intensamente.
Mi cuello,
siempre pendiente de tus labios,
se estremecía a su contacto.
Todo mi ser
te daba la bienvenida.
Y nuestros cuerpos obedecían
a lo que marcaban los deseos,
completamente sincronizados,
desnudos por fuera y por dentro.
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