Y deseó probar su piel. Se estremecía solo con escucharle, con mirarle, con pensar en su sonrisa, en sus ojos, en su boca. El sentirse de nuevo una persona deseada le había hecho despertar a la aventura del deseo. Su piel, ahora más sensible, apreciaba cada resquicio de calor que imaginaba con su aliento. Sus momentos de soledad los aprovechaba para soñar con su cuerpo. Pero aquella pasión interior sólo duraba un instante hasta que abría los ojos y descubría que todo era producto de su imaginación. Se veía a sí misma una persona desgastada e ilusa que simplemente vivía para que el tiempo pasara lo más rápido posible alejándole del hastío que envolvía su existencia. Y de nuevo volvía a cerrar los ojos para dejarse llevar por sus deseos.
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