Aquel día, por primera vez, no había pensado en él ni un solo instante. Quizás ya le había soñado tanto que saturó sus recuerdos y su mente decidió hacer espacio a nuevos sueños. Aquel día, precisamente, fue cuando, sin esperarle en vano. hizo presencia. Pero no fue una presencia irreal, como tantas veces. No. Fue una presencia que todos sus sentidos captaron al unísono. Podía mirarle a los ojos. Su mirada no era como se la había imaginado, no la envolvía ni le decía todo aquello que no se podía decir con palabras. Podía tocarle, pero su piel ya no le parecía ese terreno por conquistar con el que tanto había soñado. Su voz tampoco le producía aquellas sensaciones de antes ni siquiera cuando pronunciaba su nombre.
El sueño de tanto tiempo se había muerto para renacer en el hombre real que ahora tenía ante ella. Había llegado el momento de despedirse de su más duradera fantasía.
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