EL IDIOMA DE SUS CUERPOS
Por fin se habían quedado solos. Solos en aquella cocina en la que tantas veces había imaginado que estaba cocinando para ella. Permanecían de pie, uno frente al otro, ella apoyada en la mesa y él en la encimera. Ella mordisqueaba nerviosa una galletita. Él, a su vez, aguantaba sus ganas de destruir el metro y medio de distancia que les separaba. Tantos años hablando, tantos años conociéndose y ahora ninguno de los dos se atrevía a decir nada. Tenían miedo de romper la magia que estaba creciendo en aquellos escasos metros cuadrados. Sus miradas se cruzaban de vez en cuando y eran como auténticos pinchazos de deseo en el alma. El silencio estaba cargado de las ganas que el uno tenía del otro. Solamente un suspiro de ella lo rompió. Un suspiro de permiso para rozarle, para abrazarle. Un suspiro que le decía que ya habían esperado demasiado. La mano de él se acercó lentamente y la rozó. Un roce que provocó una explosión de calor en sus cuerpos, en sus deseos. Sus lenguas se encontraron para contarse lo que tanto tiempo llevaban guardado. Sus manos se acariciaron en un melodía de paseos por sus pieles desnudas. Saciaron toda la sed que tenían el uno del otro. No necesitaron mantas, sus brazos se convirtieron en los ropajes perfectos dándose el calor necesario. Y siguieron callados. No hacía falta hablar. Ya se lo habían dicho todo sin palabras. Se lo habían dicho todo en el idioma más maravilloso que conocían. El idioma de sus cuerpos, de sus miradas, de sus deseos. ©
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