miércoles, 12 de junio de 2013

ALMA DE SAL



 Era una persona que tenía el alma y el cuerpo inundados de sal, sal de las lágrimas que llevaba tanto tiempo sin derramar. Se había olvidado de llorar. Ya no recordaba cómo se hacía. Cada vez que sus emociones llegaban a un límite se tragaba las lágrimas y estas iban a parar al interior de su alma secándose y dejando un gramo de sal en la superficie. Todas las penas de su pasado seguían escociendo, seguía reviviéndolas día a día como si tan solo hubieran pasado hacía solo unos minutos.
  Se había prometido en una ocasión que jamás iba a derramar ni una sola lágrima más por nada ni por nadie. Nunca más permitiría dejar al descubierto su vulnerabilidad. Tenía que permanecer con una apariencia fuerte pasara lo que pasara. Sus ojos estaban secos y su alma se iba deshidratando también poco a poco. La sal de las lágrimas tragadas le estaban secando su esencia. 


  Hasta que en una ocasión se cruzó con un niño que tenía una expresión en sus ojos de contenida tristeza. Miraba como otros niños jugaban y él permanecía apartado en una esquina sin decir nada y sin atreverse a avanzar hacia ellos para poder unirse al juego. Transcurrieron varios minutos hasta que las miradas del niño triste y la de la persona con alma de sal se cruzaron. En ese momento ocurrió algo en su interior. Sintió que todo el peso de los problemas, de las penas, de las vivencias que tanto quería olvidar se le vinieron a los ojos como quien se encuentra en medio de una tormenta de arena en el desierto. Y estalló. Estalló en un llanto que no era capaz de contener.


  Cada lágrima que vertía era una pena, un mal recuerdo, un desengaño en su pasado. Lloraba su cuerpo por los ojos y lloraba su alma hacia adentro  lavando, así, la sal que se había depositado en ella.
  De esta manera empezó a olvidar muchos de los malos recuerdos que cada día revivía. Estaba expulsando fuera su pasado más gris para poder hacer sitio a todo lo bueno que había vivido y que permanecía tapado por la sal de sus lágrimas no lloradas.

  Llora cuando lo necesites. Ríe cuando sea apropiado hacerlo. Y, sobre todo, nunca, nunca impidas a tus sentimientos manifestarse. Libérate.

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