Cada día estrenaba una sonrisa,
una alegría,
un sueño.
Dejaba en la almohada las penas,
las lágrimas secándose
a la luz del día.
No acumulaba tristeza,
pues la dormía por las noches
y se iba de puntillas al amanecer
dejándola que se gastara sola.
La pena sólo duraba esos instantes
antes de conciliar sus sueños,
notando la cama vacía
y el corazón de ganas lleno.
Al día siguiente viviría sus sueños,
era su pretexto
para seguir viviendo.
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