Y, como cada noche, desde hacía mucho tiempo, antes de conciliar el sueño, se personaba para asegurarse un rincón en su memoria.
Era consciente de que no era real aunque casi le podía tocar, es más, ya había disfrutado de sus manos, aunque desconocía cuando. Todavía sin dormirse, comenzaba a hablarle, como quien habla con alguien en persona. Escuchaba su voz, que procedía de todas partes. La oía claramente intuyendo, incluso, los gestos que la acompañaban.
Se aferraba a su presencia cada noche y sabía que nunca le fallaría. Era algo que ya formaba parte de su vida, de su existencia, de su necesidad.
Y, como cada noche, desde hacía mucho tiempo, se sumergía en un sueño acunado por su voz y por su presencia.
Se había enamorado de su propio sueño.
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