Tal y como lo había planeado, salió a primera hora de la mañana, como tantas veces, con su maletín de trabajo y su maleta de viaje.
En casa todo quedaba igual que cuando partía a una convención de la empresa.
Arrancó el coche y le dio la impresión que, con el motor, también se ponía en marcha su corazón y su vida.
El ruido del portón del garaje le devolvió a la realidad. Pisó el acelerador y emprendió el largo viaje que tenía por delante. Un viaje, quizás, sólo de ida.
Cada kilómetro avanzado era una lucha interna que le atormentaba. Una ilusión y, al mismo tiempo, un sentimiento de remordimiento que dolía por dentro. Pero ya era tarde para retroceder, no podía volver atrás. Si lo hiciera sería una carga en su interior todavía más pesada que la de sentirse incompleta.
Consiguió despejar todo lo que le pasaba por la mente poniendo música, esa música que tanto significaba para ella.
Ya casi había anochecido cuando detuvo el coche enfrente de un edificio que apenas recordaba. Después de tantos años todo había cambiado, aunque ella se sentía igual por dentro.
No bajó del coche, simplemente se quedó allí sentada, mirando fijamente hacia el portal. De vez en cuando entraba o salía alguien.
No sabía cuánto tiempo llevaba así cuando lo vio. Solo. Había cambiado. Quizás ella también. En eso no había pensado.Le siguió con la mirada hasta que desapareció de su vista tras la puerta. Poco después vio encenderse la luz del segundo piso.
Estaba inmóvil. Tenía el cuerpo pegado al asiento del coche y sus manos aferraban con fuerza el volante. Y lloró, lloró como nunca lo había hecho. Era un llanto contenido que ahora lavaba años y recuerdos, deseos y silencios, dudas y miedos. Un llanto que le dejó liberada.
Y ya, limpia de todo, salió del coche con paso decidido.
Sus dedos temblaron al sentir el contacto con el timbre. Oyó unos pasos que se acercaban. Sus pasos. La puerta se abrió.
Allí estaba, delante suya, mirándola. Su expresión le dijo que siempre la había estado esperando. Su mirada le acogió con un calor que nunca había sentido hasta aquel momento. Allí estaba el brillo de su propia mirada. En la mirada de él. Lo había recuperado. No necesitaba nada más. Ahora sólo existían ellos. Nadie más. Esa noche les pertenecía. El resto del mundo dormía. ©
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