Obligué a mi piel a no desearte,
a mantener frías las ganas de tocarte.
Obligué a mi mente a no recordarte,
a llenarse de otros nombres.
Y me obligué a mí misma a seguir,
sin extrañarte,
sin pensarte,
sin beber de la melancolía por ti.
Y corté los lazos de mi memoria,
lazos que me unían a tu recuerdo
y a nada más.
Sólo tenía recuerdos
de algo no vivido,
de algo soñado
pero no disfrutado.
Y quedaste escrito en el olvido,
en las páginas pasadas,
en los capítulos terminados.
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