Sus ojos se miraron como nunca lo habían hecho.
Las ganas habían conquistado cada esquina de la estancia.
Todo transcurría lenta y sensualmente, en un ambiente evanescente.
Ella le recibiría sin reparos, sin miedo. Esperaba ser plaza de la sutil conquista que le esperaba.
Él acudiría a su encuentro con una ternura jamás conocida. Con el ansia de explotar cada centímetro de su piel.
Y al unirse, sus ojos continuaron fijos, acoplándose a aquella maravillosa danza que habían hecho suya.
Él se lo entregó todo y ella lo recibió con tierna pasión.
Y el final no fue final; fue la unión de dos cuerpos a viva piel en un eterno y silencioso abrazo que mantuvieron el tiempo suficiente como para poder grabar a fuego aquella felicidad infinita en sus recuerdos.
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