Un día se reunieron todas las personas buenas, aquellas que consideraban de antemano al ser humano como un ser puro y sin dobleces. Todas venían heridas, algunas más que otras, pero heridas. Sus almas ya no eran capaces de cicatrizar. Tenían que hacer algo. Por principios se negaban a estrenar la maldad y la venganza que su condición human les había otorgado. Consideraban estas cualidades un veneno para su alma. Pero ahora corrían peligro. Los hilos de plata que unían sus almas con sus cuerpos se estaban deshilachando y sabían que, una vez separadas ambas partes, vagarían perdidas en el infinito del olvido. De suceder esto, la humanidad al completo se vería abocada al oscuro de la autodestrucción. ¿Qué podían hacer?
Después de meditar durante varios días y varias noches decidieron construir un escudo a su alrededor en el que permanecerían a salvo durante algún tiempo y así esperar al que el resto de las almas infectadas reconocieran su error borrando por completo su negrura.
Y así hicieron. El planeta fue invadido por el odio, las luchas, la envidia, la venganza, el egoísmo, el abuso... Algunos no tardaron mucho tiempo en darse cuenta de que, de seguir por ese camino, serían vencidos por la total oscuridad. No quedaría de ellos ni el recuerdo. De esta manera empezó a haber un peregrinaje hacia el escudo de la luz, el mismo que protegía todas las almas buenas que todavía quedaban. Este escudo tenía el poder de captar el arrepentimiento verdadero. La gran mayoría fue admitida purificándose así por completo.
Al cabo de mucho tiempo todo era completa oscuridad en el exterior de la cúpula de luz. Oscuridad y silencio. Fue entonces cuando el escudo se empezó a resquebrajar y la luz que salía de sus grietas empezó a inundar el tenebroso espacio exterior. Era una luz limpia. Ya podían salir sin peligro ninguno a ser destruidos.
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Qué bonito, muchas gracias, Ana. Un abrazo.
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